jueves, 17 de noviembre de 2011

A fuego

UN PÁJARO EN MI CABEZA
Conversación con Alejandra España

Santiago Robles Bonfil
                      en colaboración con Karina Ruiz Ojeda

Alejandra da largos paseos en el bosque. Observa, toma muestras, huellas. No es bióloga, es artista visual. Alejandra España (Ciudad de México, 1982) prefiere no trazar rutas, juega con los materiales y se deja llevar por éstos; busca experiencias lúdicas, catalizadoras de ideas nuevas. La diversidad biológica es protagonista indiscutible en su obra. Un oso siempre la acompaña. Entusiasta del arte multidisciplinario y de la experimentación matérica, prefiere “una escultura que sea una pintura que sea un dibujo y que no sea nada”,  a las exigencias que le demanda el oficio de ilustradora. Al final, lo que propone Alejandra es cuestionar algunas formas en que nos relacionamos con la naturaleza, pero sobre todo, hablar sobre la condición humana a través del resto de las criaturas que habitan el planeta. Tuvimos una larga charla con ella acerca de sus obsesiones, deseos e influencias; inseguridades y convicciones.

       En dos ocasiones ha sido becaria del programa Jóvenes Creadores del FONCA en la disciplina de pintura (2006-07), y en el Programa de Residencias Artísticas en el Centro Banff, Canadá (2009). Ha participado en numerosas exposiciones en México y en países como Austria y Perú. Actualmente vive en la Ciudad de México, ilustra libros infantiles y realiza sus propios proyectos creativos.
SR: ¿Por qué decidiste ser artista y no activista ambiental o algo similar?
AE: Es algo que tiene que ver con mi infancia. Mi papá ya falleció pero tuvimos una relación muy cercana, él falleció cuando yo tenía 9 años, era pintor. Yo creo que desde ahí ya venía un acercamiento directo con el arte, también él tenía una unión con la naturaleza, siempre iban un poco de la mano toda esta parte de ir al campo, tomar fotografías y la parte más contemplativa, de apreciación de la naturaleza, vinculada con el arte. Mi papá pintaba paisaje, tenía un taller y hacía desnudos. A mí me gusta mucho estar en contacto con la naturaleza, al igual que todo lo relacionado con la creatividad y la sensibilidad de las artes plásticas. Así que sí lo dudé. Cuando salí de la prepa, me pregunté: “¿biología o arte?”, pero después pensé que podía vincular el arte con la biología, que era una noción más profunda dentro de mí.

SR: O sea que fue una fuerte influencia tu papá, ¿Y tu mamá que hace?
AE: Mi mamá se dedica a la investigación, trabaja en el Instituto Nacional de Psiquiatría, es maestra de la UNAM, se dedica más a cuestiones de adicciones y violencia intrafamiliar.

SR: Es la parte científica…
AE: Sí, muy racional, muy real, de alguna manera, inclusive ella dice que le costaba mucho trabajo dar terapia porque era muy directa, luego los pacientes así como “aaaggh”. Y yo la sufro, como hija.

SR: Flecha directa…
AE: Pero sí es muy padre porque también me aterriza la sensibilería que podría llegar a algo más telenovelero… En mi vida me ayuda mucho a aterrizar de una forma más realista las cosas.

SR: A darles algún tipo de estructura, un camino…
AE: Sí, de realidad.

Usar, no abusar

SR: Me acuerdo un día que llegué al Hiperlumen porque había estado trabajando el día anterior ahí, olvidé mi memoria USB en la parte de impresión. Llegué a recuperarla y cuando la abrí estaba llena de archivos que se llamaban Uti non abuti, me dio mucha risa, ¿qué fue para ti esa exposición, qué significó? ¿Fue tu primera exposición importante?
AE: Jaja, sí, marcaba el fin de la carrera, entonces traté de hacer una colección de cada año de la carrera, como de cada paso por el que yo había transitado hasta llegar al final. En esa exposición había pintura, gráfica, dibujo, creo que lo único que no aparecía era la fotografía, pero bueno, había estampa, escultura en alambre, cerámica, había un poco de todo, por lo mismo fue un reto porque en la escuela me criticaban mucho los maestros porque “mucho abarca, poco aprieta”, como una cosa de que si no te especializas vas a terminar no siendo experta en nada. Yo siempre lo refuté y defendía a capa y espada las artes multidisciplinarias, que todo está conectado, casi como el Homo Universalis del Renacimiento, que era artista, filósofo, científico, digo, es una visión romántica porque todo ha cambiado, pero esas son influencias muy directas de mi padre, que era muy sensible y dedicaba mucho tiempo a la contemplación y al conocimiento, también a las ciencias.


SR: Es la forma de operar de muchas personas: saben muchísimo sobre un punto muy pequeñito y específico y casi nada de lo demás…
AE: Claro. Yo creo que sí enriquece tener un problema y abordarlo por aquí, por allá y por acá, que te hace saber más de tu problema, verlo de distintas formas. En la exposición, lo curioso fue que podría haberme titulado con ella, pero no me parecía suficiente.

SR: ¿Hiciste un libro de artista?
AE: Sí, terminé con el libro de artista, dos años más tarde. Nunca pensé que hacer un libro fuera tanto trabajo, pero es una tarea muy pesada, fue muy gozoso. En realidad, más allá del tiempo que me tardé o no, el tiempo de cocción de ese libro, acabó con el mismo nombre de la exposición, Uti non abuti, que fue muy enriquecedor. Lamentablemente todavía no doy luz verde a ese libro, pero ya lo presenté, tomé mi examen, me fue muy bien, pero no ha sido abierto al público. Sí me gustaría hacer una presentación del libro y ponerlo a la venta.
SR: Buscar editarlo de algún modo.
AE: Sí. Es una cosa muy rara, porque el libro empezó queriendo ser una especie de fanzine, casi gratuito, blanco y negro, a lo mejor gris, medios tonos, una cosa así como casi de fanzine punk: fotocopias, que todo el mundo tuviera acceso.


SR: Como una reliquia
AE: Como una reliquia, y acaba siendo todo lo contrario. Un libro único, que se reproduce, pero que tiene sus detalles únicos. También me puse el sello de Creative Commons y lo subí a la red, también el libro, el que lo quiera bajar se mete a Living Art Room, baja el pdf y armar por sí mismo. Yo creo que es un libro que vale la pena que sea de fácil distribución…


SR: Vi que tiene esta parte de diario personal, se va viendo el desarrollo de tu trabajo a través del tiempo, lo más nuevo, lo más viejo, quizás lo que te preocupaba en ese momento específicamente, lo que te preocupa al final, y en ese sentido quizás por eso acabó teniendo esta reproducción, este sello único.
AE: Exacto, fue adquiriendo su propia vida y fue exigiendo sus propias necesidades, al final resultó una obra de arte, más que un libro de texto. Básicamente es un libro de citas, también es un autorretrato de la mirada del otro. Entonces no es que abunde lo que yo hice en ese libro, ni abundan mis dibujos ni mis pinturas ni mis grabados, lo que abunda es el pensamiento desde el cual yo me sostengo para crear mis cosas.


SR: Por ahí había un animalito de Cosas de familia…
AE: La gallina, que además esos colores, así como está dibujado, son con los que dibujé hace  mil años. Además, de ese libro la única hoja que está iluminada es ésa porque la portada estaba iluminada así…


SR: Claro, la iluminaste tal cual…
AE: La jirafa-gallina es la que está dibujada copiando la portada, además.

Naturalista del siglo XXI

SR: Has ganado dos becas, la primera fue Jóvenes Creadores, del FONCA, ¿estabas todavía estudiando?
AE: Sí, fue proyecto que cuajó muy padre porque yo no había hecho mi servicio social, entonces uní mi servicio social con FONCA, de esa forma tuve mucho más acceso a todo. Mi servicio justamente lo vinculé con una parte más relacionada con la naturaleza, con la biología, lo hice en la CONANP, que es la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. Me acerqué diciendo que tenía un apoyo del FONCA y les expliqué mi proyecto: consistía en ser una especie de naturalista del siglo XXI.
SR: ¿Darwiniana?
AE: Sí, decía “en la reserva natural Ajusco Chichinautzin hay teporingos, venados y tal, entonces yo voy a ir y ver si veo venados, teporingos o lo que haya”. Me hice una bitácora de viaje, iba haciendo un poco de observación, recolecciones, fue con mucha ayuda de la fotografía. Tenía escogidos algunos lugares, escogí también las costas de Oaxaca. Entonces a la CONANP le dije: “para mí es muy importante tener la experiencia vivencial”. Ellos querían que hiciera un cartel de tortugas marinas, porque era el año de la tortuga marina, con la ayuda del FONCA y con el apoyo de la CONANP me fui a las costas de Oaxaca, a la playa, a hacer mi servicio social. A meterme y hacer eso de naturaleza del siglo XXI, bocetos y toda la investigación, lo cual fue padrísimo porque me sirvió mucho para el proyecto del FONCA, con todas las fotografías y todo el recorrido de viaje, era pintura lo que estaba aplicando ahí. Para la CONANP fue una experiencia muy padre porque sí me da los privilegios de la ciencia, de decir “ella es Alejandra y tiene derecho a entrar aquí y allá y ver los libros de aquí y de allá”. También me ponían guía y me daban tours por toda la costa, fue increíble. Inclusive tuve la oportunidad de ver desovar a una tortuga marina prieta, que era muy raro que desovara ahí por esas costas. El proyecto del FONCA al final resultó bien. Fue un reto muy grande.


SR: ¿Se materializó en una exposición de pintura?, ¿qué fue lo que presentaste?
AE: Una serie de pinturas y la bitácora de viaje. Tenía ganas de poner también una instalación sonora, pájaros y cosas que tuvieran que ver con los lugares a donde había ido, pero eso al final no resultó porque yo y la tecnología no somos aliados, pero acabó con una serie de dibujos de gran formato a tinta china y acuarela, con una serie de óleos sobre tela. Más allá del tema, Jóvenes Creadores representó un reto grande para mí: me sentía un poco insegura a ratos, creo que tuve un conflicto de autoestima, o no sé, pero sentía que no tenía las bases suficientes, oía que hablaban de muchos artistas que yo no conocía, me sentía un poco inculta. Pero estuvo muy padre, justamente para conocer más.
SR: Para complementar esta otra parte académica: tenías la academia y esta otra parte en la que hay gente que no estudió arte, quizás, pero presentó un proyecto…
AE: Sí, la verdad es que conocí a gente que sabía muchísimo de arte y esto fue muy enriquecedor.


SR: En una capa superficial de tu trabajo, se ve que hay una intención grande por concientizar a la gente sobre la riqueza que podemos tener como país en cuanto a diversidad natural, ¿tú crees que el hecho de mostrar esta diversidad contribuye de manera significativa a que la gente cuide la naturaleza?, ¿cómo vinculas la pintura con el exterior y la vida cotidiana de las personas?
AE: Es un tema delicado porque justamente creo que no se trataba de ser panfletario, decir lo que está bien y lo que está mal, castigar las conductas humanas.
SR: No es un mensaje moral…
AE: Sí, pero eso ha sido un desarrollo que también ha ido transformándose por sí mismo; entender que la condición humana va más allá del bien y el mal, de ponerte estas cosas como de “me voy a bañar con una cubeta de agua…”, limitaciones que se vuelven un tanto cerradas y absurdas, pero que también vale la pena considerar. No sé, ha sido algo que ha ido fluctuando entre lo permisivo y lo punitivo. Lo que yo quería hacer era que la obra te diera una posibilidad, que no necesariamente te dijera qué hacer o qué no hacer, qué está bien o qué está mal, simplemente que te diera la posibilidad de transformarte, de ver como no habías visto, un poco como El sueño de la razón produce monstruos, no necesariamente de la forma panfletaria, sino usando el sentido del humor, la ironía, unas proyecciones de otro tipo que no necesariamente son ecologistas en sí mismas, pero que a lo mejor te vinculan con algo que no habías pensado. Tampoco es que yo le esté haciendo un servicio a la comunidad, siento que es más una necesidad personal que puede ser utilizada o no fuera de mí. El público y la audiencia hace lo que sea con lo que le rodea, pero sí me gusta procurar que la obra sea interactiva, que ahí haya un huequito por donde sale una luz de otro color que a lo mejor te hace decir “ah, órale, nunca lo había pensado así”, o “ah, qué cagado”. Lo que sea, una provocación.

Animales obscenos

SR: ¿Haces objetos también, que se pueden activar, manipular?
AE: Sí. Ahora tengo una pieza en proceso, en realidad es bidimensional, pero te lleva a lo tridimensional también. Es una serie de espejos, un formato de retrato. Son siete espejos en la pared, tú te acercas y, en vez de verte, te ves con otra cara, como una máscara de animales vejados por la sociedad. En realidad esta pieza la hice para una exposición que era muy específica, el tema era bioética y obscenidad.

SR: Ahora está muy centrado en la cuestión de modificación genética, por ejemplo…
AE: Sí, y la obscenidad como esta cosa de “estos politicuchos que tenemos, que ganan doscientos mil pesos al mes, que no pagan gasolina ni nada por el estilo, y encima no hacen su trabajo”, eso es obsceno.

SR: Sí, es obsceno. Tenemos un partido “verde” que ni siquiera está avalado como tal.
AE: Y que además está a favor de la pena de muerte. Hay que agarrar desde ese ángulo político la palabra “obsceno”, pero tenía que ver con la bioética. Como mi trabajo está directamente relacionado con los animales, se me ocurrió esta pieza que ahora habrá que embonarla en otro lugar, porque esta exposición creo que ya no se va a hacer. Tú te ves a ti mismo en los espejos con la cara de otro animal, sin embargo, los ojos sí son espejo, pues el espejo no está pintado, sino que por atrás está esgrafiado con un mototool, entonces se ve muy limpio. Es muy impresionante porque la cabeza del caballo, vaca, burro, pollo, animales de granja, que además funcionaba lingüísticamente: “parece una vaca”, “pinche rata”, “perra”, esos animales no sólo físicamente son vejados, sino también lingüísticamente, y además nos alimentan. Jugaba con lo tridimensional, los marcos eran en una especie de dorado rimbombante, garigoleado, que enaltecía a estos seres de la penumbra. Al final hay un espejo de tocador, de mano, ahí tú tienes el hábito de verte a ti mismo, pero como el acto de tomar el espejo con tus manos.

SR: Habrá gente que quizás no lo tome, ¿no?
AE: Sí, y es así pieza por pieza. Había otra que era un robot, que le tuve que poner un letrero que decía “toque por favor”. Pero siempre me ha gustado esa parte donde uno puede experimentar la obra más allá, no sólo con el sentido de la vista, sino también tocar y darle la vuelta, experimentarlo.

SR: ¿El robot es ese que se llama Golem?
AE: Sí.
SR: Relacionado con la leyenda de Praga...
AE: Pues es más como una especie de Frankenstein. Estaba yo haciendo una escultura, no sabía bien qué hacer. Iba en relación con la memoria de los objetos, yo iba recolectando los objetos, tampoco los quería alterar demasiado, quería que los ellos me hablaran. Empezó a salir muy natural lo del cuerpo humano, entonces empecé a encontrar las relaciones, casi no alteré nada.

SR: ¿Las piezas las encontraste por casualidad o fuiste a buscarlas a un sitio específico?
AE: Fui a buscarlos a un lugar donde tenían partes de autos. Hice a Golem y luego hice a la familia entera.

Un pájaro en mi cabeza

SR: Después te fuiste a Canadá y desarrollaste el proyecto Bird On My Head, de cerámica, ¿qué nos cuentas de él?
AE: Tenía un nombre en español que era muy diferente, se llamaba La memoria del registro. Se trataba de hacer paseos por el bosque, como ves siempre tiene que ver con eso del paseo, es recurrente, y del objeto encontrado, justamente. Entonces recorridos por el bosque y alrededores del centro Banff, recolectar objetos que llamaban mi atención, hacer un registro fotográfico de dónde o por qué me llamaba la atención ese objeto, también llegar al taller y, como naturalista, poner todas las piñitas, musgos, helechos, troncos, todo lo que yo encontrara. Después hacer una matriz de barro fresco, en realidad era un proyecto de grabado y escultura, una vez más vinculando dos medios. Era hacer las tortillas de porcelana e imprimir las texturas de los objetos encontrados. Era hacer sellos, que además no es algo nuevo, existen desde que existen las sillas, o más lejos aún, los fósiles.
SR: Como fósiles contemporáneos...
AE: Sí, una especie de fósiles contemporáneos donde yo recolectaba los objetos, hacía los sellos, y con base en las fotografías, era como hacer un retrato de ese instante, de ese lugar, de esa matriz, que se fue transformando en otras cosas, porque los proyectos tienen siempre esta cosa muy padre de que tú tienes una idea y muchas veces terminas haciendo otra cosa porque el mismo proyecto se transforma. Sí había mucho contacto con la naturaleza, una vez más, en este jugar al naturalista, fue de “a ver, ¿qué animales he visto, oído?”, entonces puse el cuervo, las cabras, los venados, el oso […] Como en Canadá tienen mucho esto del tótem, que a mí me gusta mucho el arte indio norteamericano, hice estos tótems cuyas pieles eran las texturas de los objetos encontrados.

SR: ¿Tal cual, en la misma disposición vertical?
AE: En la misma disposición, vertical y encima otra parte y encima otra parte cada vez más chiquita, y tú si querías podías intercambiar las cabezas, los torsos. Eran justamente interactivos… algo que en primera instancia podría parecer muy cursi, los animalitos del bosque, ¿no? y eran muy idílicos.
SR: Detalladísimos…
AE: Sí, súper detallados, cuidados, eran muy bonitos, pero de repente lo que le daba el quiebre era que de repente le cambiabas la cabeza y te daba un sentido de ironía, de risa, de transformación, de mutación, que es la base humana, esa transformación del medio, las herramientas, crear algo diferente, además de replicar, transformar. Esa era la parte del juego, aunque ahí sí hubo un error, porque al tratarse de cerámica, no la puedes estar agarrando tanto. Para eso del interactivo ahora veo que es importante que sean materiales no tan frágiles, como la madera, tal vez. Luego en Banff, por lo mismo de la fotografía como recurso, salió otro proyecto que está muy padre, que son los mini landscapes. También era este juego del mini detalle con los recortes que utilicé para hacer las esculturas. Era como un reciclado de imágenes. Era contraponer a ese animalito blanco y negro en este paisaje lleno de color, jugar con esos materiales.

SR: Está muy bien solucionado, tengo aquí una foto que es un alce junto a un río…
AE: Sí, el de lejos sí es un laguillo, pero ese riachuelito… los pastos son chiquitos, y se integra bien.

SR: ¿De qué tamaño son las piezas?
AE: Como de 8x10, muy tradicional el formato, pero los que son miniaturas son los animalitos.

SR: Jugando con la proporción…
AE: Sí, que es algo que me gusta mucho, encontrar los detalles ocultos, lo que es y no es, lo que parece y no parece, que el tronco parece una montaña, el jugar con las posibilidades. Se vincula mucho a Uti non abuti y a muchas de mis obras, que tienden a lo barroco por esta necesidad de que si te aburre la esquina superior izquierda, puedes irte a la parte de abajo y encontrar todo un mundo de posibilidades.

SR: Como Querida encogí a los niños, podría ser. Por ejemplo este oso que estoy viendo aquí, a partir de un detalle de un tronco expandes y se ve casi como un ecosistema, tiene también una parte de fantasía…
AE: De fantasía y también como de esta cosa del macro-micro. Hay otra pieza que es un cocodrilo, también fue de mis primeros experimentos con el grabado […] la piel del cocodrilo era una orografía en sí, arriba podían habitar, eran cocodrilos o campos de distintos cultivos.

“Yo como carne, y me gusta”

SR: Quiero hablar de un par de cosas, si me lo permites. El primero, se llama Sus problemas pueden desaparecer, en donde hay la personificación de un conejo, que veo que es, relacionándolo con lo que acabamos de comentar del oso en el tronco, la naturaleza como un gran escenario en el que puede caber tanto la conciencia social, por una parte, o la conciencia hacia la naturaleza. Pero por otro lado hay una intención muy lúdica de fantasía casi cercana a Alicia en el País de las Maravillas. Dentro de este juego muy orgánico: animales, plantas, se contraponen patrones geométricos, como un contraste tanto en la forma como en la esencia. Sobre todo me acuerdo de tu colaboración en la revista Viento en Vela, y otra obra que se llama Hombre en la luna
AE: Sí, en Sus problemas pueden desaparecer, muchas veces la parte creativa no sólo sale de las necesidades que uno tiene, sino que también se nutre mucho de los libros que estoy leyendo en ese momento, o inclusive de otras exposiciones, pero también de los volantes de la calle, o cosas así. Ese del conejo era de un volante que estaba muy simpático que decía “sus problemas pueden desaparecer si entrega hoy su vida a Jesús”. Era el dibujo de un señor así al que estaban agobiando un chingo de problemas, entonces la solución era entregar su vida a dios. Me encantó el dibujo, por ello, el trazo, las manos y la frase están tomados de ese volante, nada más le puse la cara del conejo psicótico.

       En esa parte que describes como muy lúdica, justamente muchas veces hay un encuentro, hay veces que no sé lo que estoy haciendo, no sé qué significado o valor pueda o no tener. Antes de buscar su significado racional, lógico, su fundamento teórico, simplemente llega a mis manos, empieza a cobrar vida y a tener una transformación, no es hasta después empiezo a vincularlo con mi propio proceso mental […] esa forma de crear muchas veces es muy lúdica y no sé a dónde me va a llevar. Esa serie de geometría con collage del espacio, el conejo y por ahí hay otros, iban por ahí, de experimentar con el tórculo y mezclarlo con la serigrafía, muchas veces sin un sentido fijo, más por una aproximación de mezclar técnicas y ver qué pasa […] esa del conejo, no sé si notaste, pero tiene gofrado, se puede tener una plantilla de dibujo en el tórculo y darle vuelta […] decidí comprar todas las plantillas de dibujo que pude cuando me gané el FONCA…


SR: Al tener la posibilidad de hacer uso de actos provocativos como hablar directamente de las corridas de toros o la pesca de tiburones, no confrontas de esa manera al espectador, ¿mediante qué camino te gustaría que la gente reflexionara al ver tu trabajo en conjunto?
AE: No me interesa esa parte amarillista, inclusive no me gusta verla. Por ejemplo, la película Océanos, que está increíble, pero que te incomoda, la verdad es que no soy muy de mostrarla. Más bien, por medio del juego, de la empatía, esta pieza de los espejos es un ejemplo claro, hay un mensaje oculto que es lingüístico: “pareces una vaca”, “pinche rata”, “perra de mierda”. Ahí ya hay una pequeña provocación escondida, y luego está donde escarmientas, porque tú eres el que se está viendo con esa cara, tú eres el que está cerrando ese círculo…

SR: Que puedes cuestionar lo que has hecho tú dentro de ese paradigma con sólo observarte…
AE: Y saberlo. Muchas veces es cuestión de ser consciente… Por ejemplo, yo como carne, y me gusta, me encantan las carnes frías, pero sí me da ansiedad saber que los pobres pollos viven de día para poner más huevos, me parece muy tétrico también. En el libro de Uti non abuti, en la última página de la parte de texto, que acaba con una cita del personaje de Elizabeth Costello, un alter ego de Coetzee, es muy padre porque es sobre la vida de los animales, es un experimento científico. Sultán, un chimpancé, está en su jaula, la comida que llegaba antes regularmente, ahora no llega tan regularmente. Segundo día: Sultán, su jaula, ahora en vez de darle la comida directamente, le cuelgan un manojo de bananos, es el típico, le cuelgan el manojo y le ponen unas cajas, pero Sultán empuja las cajas para acceder a los plátanos. Sultán piensa “¿por qué cree el ser humano que me es más fácil poner unas pinches cajas, y agarrar un manojo de plátanos que cuelga del techo, que agarrarlos nomás del piso, ¿no? Ese pensamiento que podía ser mucho más complejo, es equivocado, el pensamiento correcto es cómo poner las cajas para acceder a los plátanos. Entonces así va la historia, al siguiente día las cajas tienen piedras, en el pensamiento correcto es “tengo que sacar las piedras de  las cajas para llegar a los plátanos”. Es muy triste y muy bonito al final, porque no te está hablando del pensamiento del chango, te está hablando del pensamiento humano. No es que estés entendiendo más a las otras bestias, estás entendiéndote a ti mismo a través de las otras bestias […]
SR: El otro día me contaron una historia, que no sé si fue cierta o no, en la que hacen un experimento donde ponen a cinco changos en un cuarto con unos plátanos colgados, pero esos plátanos accionan un mecanismo que al momento de intentar jalarlos, cae una cascada y los moja. Entonces sube el primer chango, jala los plátanos, cae la cascada y todo mundo se emputa, lo vuelven a intentar, hasta que se dan cuenta de que el hecho de jalar esos plátanos va a hacer que caiga la cascada. Entonces las personas quitan un chango de los que ya comprobaron que les va a caer agua y ponen a uno nuevo, lo primero que hace el nuevo es que cuando ve los plátanos intenta subir y los demás no lo dejan, lo jalan. El otro intenta y no y no, hasta que entiende que no lo puede hacer; que el hecho de no tocarlo es parte de vivir dentro de ese círculo de changos. Sacan a otros dos de los primeros y meten a otros dos nuevos, ahora son dos nuevos y tres que ya lo saben. Los dos nuevos quieren lograrlo y los otros tres los detienen, y así los van cambiando hasta que llega el momento en el que ninguno de los changos permite que otro acceda a los plátanos, pero ninguno es de los originales, nunca vieron por qué no se podía acceder a los platanos. Simplemente esa forma de actuar se incrustó, esa tradición de que no se debe de hacer algo pero sin saber cuáles son las consecuencias. Como tú dices, te puede poner a pensar sobre ti mismo y tu relación en sociedad.
AE: Exacto, es muy fuerte. Sí siento que hubo un cambio en mi trabajo en ese sentido, como aceptar la mortalidad de los seres, que su muerte a lo mejor significa otras cosas, dejar de pelearme con esta necesidad de rescatarlo todo, ¿quién eres tú para decir qué se tiene que rescatar y qué no?, vivimos en un planeta muy bello y muy desconocido, pero donde si alguien más grande llega nos va a hacer mierda, alejarlo de la moral […] como una inmortalidad ubicada en otro lugar, no tan moral, llevarlo a una cuestión más personal y que cada quién sabe lo que hace, que cada quién decide. Por mi parte esa es mi fascinación, y también me gusta jugar a crear los monstruos, no solamente estos seres perfectos ilustrados…

De Juchitán a Johannesburgo

SR: No tenemos la opción de decidir si queremos ser parte de la naturaleza o no, pero sí podemos tomar decisiones respecto a cómo le vamos a hacer dentro de este juego, qué rol vamos a jugar. Estaba viendo tu obra Cocodrilo, justo antes había leído sobre los artistas que consideras que más han influido en tu trabajo, me sorprendió un poco no ver a Francisco Toledo, ¿no sientes un vínculo directo con su obra?
EA: En realidad sí, no sé por qué no está, pero yo creo que era porque ubiqué a los artistas como en otros ámbitos o épocas, pero Toledo me gusta mucho, creo que es muy versátil en cuestión de medios, toda su imaginería, cocodrilos, insectos, me gusta mucho también, y además lo respeto por la labor que ha hecho con el IAGO, la biblioteca increíble y San Agustín Etla…

SR: Sin embargo, tu aproximación hacia la naturaleza es desde el punto de vista que ya hemos venido hablando… esa podría ser una diferencia  en cuanto al contenido de la obra…
EA: … en alguna época sí lo vi más, estuve más cercana a él. Tenía como una cosa más de grafismo, en mi tesis Uta non abuti sí tomo mucho a Alechinsky y a estos que usaban mucho como las caligrafías, las tintas… que además también tiene que ver con Penck, por ejemplo, que traen una cosa como primitiva, más bien como del Art Brut. Por ejemplo Michaux. Hubo una época de mi vida en que estaba muy interesada en esa parte. Abres Uta non abuti y lo primero que ves es un uróboro mordiéndose la cola. Sí hay una parte de cosmogonía que vincula directamente a los animales, que yo lo vincularía con esta parte del tótem y con la cuestión primitiva, sacra, de respeto a la naturaleza […] No sé por qué no me he vinculado más con Toledo.

SR: Por ejemplo, el artista sudafricano que dibuja, filma, borra, hace otro dibujo encima, que está en un palimpsesto perpetuo con su trabajo, es de los artistas que tienes más presente en tu trabajo, ¿en qué parte de tu trabajo ubicas, o qué retomas de estos procesos de William Kentridge?
AE: Siento que es una persona que permite mucho, no se pone restricciones, bueno, tiene una gama de color muy…

SR: Blanco y negro casi…
AE: Pero siento que es muy lúdico, esa es mi parte favorita de William Kentridge, tiene muy fuerte esta parte política y social. Pero yo creo que su obra va más allá de eso: trata sobre las condiciones humanas, muy abstractas de repente, o muy concretas y crueles en otras partes. Me tocó estar en el MARCO en Monterrey cuando había una exposición de Kentridge, era un video en el que él hablaba y decía: “muchas veces no sé a dónde me va a llevar lo que estoy haciendo y simplemente lo hago”. Eso es una cita y una apropiación textual de William Kentridge, como que las cosas medio que llegan a sus manos y se pone a jugar con ellas […]

SR: Que no es el único objetivo, pero como espectador te dice algo nada más con ver el proceso…
AE: Sí, creo que se deja encantar por sus propios materiales, se nota. Lo que yo veo es que en su obra, en sus procesos, se pierde y se vuelve a encontrar. Muchos de los significados están ahí inmersos por su cultura, su condición, su vida, pero no necesariamente él está llevando un banderín de “muera el apartheid”, no. Ahora uno de mis deseos es atreverme a ir a Sudáfrica y conocer a William Kentridge, ver si existe o no, ¿por qué no? si los grandes descubridores se atrevieron a subirse a un barco y echarse a la nada, ahora en esta vida que tenemos un tanto más resuelta con las comunicaciones y las redes sociales son tan abiertas, de repente ir en busca de tus pasiones…

SR: De pronto puedes pensar que con tanto McDonald’s las ciudades ya no cambian tanto, que existe este problema de la globalización, pero puedes ir aquí al lado y te das cuenta que es un universo distinto, todavía hay la capacidad de sorprenderse, en ese sentido…
EA: Sí, las posibilidades de decir “voy a ir a Madagascar y a ver qué pasa”.

El paquete humano

SR: Dentro de todas estas obras que tratan múltiples temas hay una pieza que es una persona, un ser humano, pocas veces retratado en tu obra, y está preso en sí mismo, pienso en este cuadro de Magritte, que se están besando, con las sábanas… está aislado, ¿de dónde surge esta obra?
EA: ya sé, el de cerámica…





SR: Máscara, tiene una bolsa como si estuviera…
EA: ¿asfixiándose? Pues sí, como que no salen muchos seres humanos en mi imaginería, de hecho uno de mis intereses era empezar a incluirlos ahora. De repente me doy cuenta de que mi trabajo pareciera como una evolución, la orografía, la construcción, los monstruos, como que pareciera que una cosa me va llevando a la otra […] fueron hallazgos, tal cual. Cuando estaba pensando en hacer cerámica,  estábamos en el taller de grabado, venía yo de hacer el Golem cuando hice esta pieza de cerámica, eran piezas inorgánicas que acababan en un estado muy orgánico […] es lo mismo con la cerámica, iba yo recolectando texturas inorgánicas y después de sacar el sello y meterlas al horno resultaba lo más orgánico del mundo. Plástico burbuja, escamas, malla metálica, también otro tipo de escama, y ésta es una impresión de cartón corrugado. Va más a la experimentación, no hay un sentido más allá sobre lo humano. En relación con William Kentridge y mi proyecto de ir a Sudáfrica.
       
       Tengo ganas de aventarme el paquete humano. Estuvo muy padre porque tenía ganas de hacer animación, stop motion y cosas así y de repente me llaman los Viewmasters, “qué onda Ale, queremos ver si no te interesa ayudarnos con una animación”.

SR: Cuéntanos algo de tus exposiciones, por ejemplo Dust in the wind, en Monterrey, curada por Marco Arce…
EA: No me acuerdo bien, fue hace mucho tiempo. Había pintura, foto, era de varios medios y… no sé.


SR: ¿Qué presentaste?
EA: Una pintura, se llama Deidad.  No sé bien por qué la seleccionó, pero yo creo que porque tiene yuxtaposición y cierta imaginería hindú muy arcaica, luego está encima la deidad real, la deidad hindú, que es un transfer, una apropiación total […] también manipulando materiales, tiene encausto esa pieza. Tendrías que preguntarle a Marco Arce por qué la seleccionó, no me acuerdo muy bien de la curaduría.


SR: Bichos y otros reflejos, del 2010…
EA: Esa exposición fue muy chiquita, en una especie de restaurante bar, por lo mismo no había demasiado contenido teórico, pero más bien, la última que tuve, que fue en el Atrio, en la Roma, no sé si la viste. Fue muy padre porque se llamaba Ser humano para principiantes, era empezar a vincular otros medios, experimentar con la escultura, la verdad es que mi trabajo es mucho más gráfica y dibujo. Era un mural de un dibujo de un oso, porque el oso es muy importante en mi iconografía, y tiene que ver con las cosmogonías, el oso es de los pocos animales que se paran en dos patas […] y es parecido al ser humano en muchas cosas, incluso en las esculturas por eso era tan importante y sagrado. Este oso que va apareciendo en todos los procesos de mi obra, aparece en Ser humano para principiantes. Es un bosque que está siendo aniquilado por la ciudad que ya viene, está el oso ahí sentadito leyendo un libro, que se llama Ser humano para principiantes, si te fijas trae como una piel de humano. Es una cosa de aprender a sobrevivir en un mundo que así es. Estaba el mural que era de 5x3 más o menos, en tinta china, completamente, había una mesa invertida, de madera, en medio de la sala, también pintada de blanco, haciendo de esta forma las casitas como para dar una sensación de que medio se había salido del cuadro. Era como estas estructuras de pensamiento humano, pero al revés, jugar con forma y contenido. La mesa al revés, sin embargo las patas parecían troncos, una de las patas estaba cortada como tocón, y en las otras 3 puse 3 libros que abiertos y recargados en las patas parecían casitas, techitos. Por ejemplo, había uno que justamente decía: “recuerde que el otro es usted”, y tenía un espejo dibujado. Tenían la portada dibujada y el texto. Había otro que era una gacela corriendo y decía: “cómo pasar desapercibido y no ser notado en el instante”, como estos libros de autoayuda, pero que son chistosos, irónicos, tienen este dejo de huir de ciertas cosas y afrontar otras. Huyes de la ciudad, no quieres ver que se está comiendo tu bosque, pero lo tienes que afrontar, entonces el otro va, caza un ser humano, se pone el pellejo e ingenuamente piensa que va a pasar desapercibido, es como hablar de esas partes de sobrevivencia y de adaptación con una risa un poco macabra.



Adiós ilustración, hola animación

SR: Está otra parte de tu trabajo, que se complementa, pero que no es lo mismo, que es la ilustración de libros infantiles, cuéntanos un poco de esto, ¿qué te interesó en este sentido, en qué te retroalimienta?
AE: Nada más para terminar Ser humano para principiantes, terminaba en un nicho, había una esculturita de fibra de papel de la piel del oso, en un pedestal. Todo era tono blanco, negro, madera y la piel ya muerta; el pedestal, abajo del pedestal los troncos en la chimenea, como que ahí ya se cierra el círculo, no sobrevive. El oso usa la piel humana, pero el humano termina con la piel del oso. Luego, para cerrar, lo de la ilustración, desde chiquilla tenía una fascinación por Toulouse Lautrec…


SR: Qué padre, yo también.
AE: Veía los cuadros y decía: “yo de grande voy a hacer carteles”, porque me gustaba mucho, pensaba que eran increíbles, pero esa labor ya te la dejo a tí, jaja. De ahí nació esa parte. Yo quería hacer varias cosas cuando era chiquilla, quería hacer carteles, quería ser geóloga. Tenía una fascinación por las piedras, pero no piedras pulidas, sino las piedras en bruto, todas esas estructuras moleculares me enloquecían. Siempre tenía esa parte romántica de ilustrar libros infantiles como Alicia, ¿cómo voy a abrir este libro si no tiene dibujos? Las enciclopedias ilustradas eran lo más fascinante que yo podía ver, me encantan las lecturas ilustradas. Yo creo que del interés de ese tipo de ilustración, del grabado antiguo, el gabinete de curiosidades, surgió una sed de ilustrar libros. Siento que es muy distinto ilustrar que crear pinturas y cuadros, tienes un proyecto tuyo, tu obra, tu pedo cómo lo solucionas. La filosofía que te exige ciertas cosas, hay un escritor, hay un editor, entonces en ese sentido me fue difícil un poco. El primer libro que ilustré fue de economía para niños, en el cual me dieron mucha libertad, completa libertad, lo cual resultó un problema, porque me dijeron: “escoge el formato que tú quieras”, entonces el que yo quise era muy vertical, entonces al final lo que hicieron fue ponerle barra de color.



SR: Sí, recuerdo que me contaste que era una barra de color al lomo, hacia adentro y afuera de tu ilustración.
AE: No, afuera, ni siquiera hacia adentro, ojalá lo hubieran hecho hacia adentro. También fue de mis primeros trabajos, me enorgullecía mucho que podía vivir de pintar y de dibujar, además de vender obra, ganar dinero por ahí, y que además tuviera distribución por todas partes. Luego tuve el enfrentamiento con El Naranjo, con un libro de Bertha Hiriart, que se llama Primavera, que acaba de ser la presentación en el Fondo de Cultura Económica hace un par de meses, es un libro muy bonito, que sí tiene otras exigencias. Ahí sí fue acuarela, mucho photoshop; en el primero todo era collage, en este otro era manejo de línea, de photoshop y de paisajes. Tuve muchos problemas, me costó mucho trabajo lidiar con la editora, para mí era muy duro, y era muy duro que yo hice una versión del libro completo y…



SR: Al final el sentido que habías planteado no lo tomaron en cuenta…
AE: Sí, hice un libro que presenté y me dijo: no, no va por ahí, hazlo otra vez. Entonces fue una idiotez porque yo en vez de hacer bocetos como se hace regularmente, hice un libro entero. Ahorita tengo un proyecto en puerta, que va a ser un cuaderno de trabajo para secundaria, sobre teatro, está padre, pero también en algún momento he pensado dar un paso para atrás en el mundo de la ilustración, ahora sí que “el que mucho abarca poco aprieta”, en este caso sí. Porque hablando de artes plásticas, puedes hacer una escultura que sea una pintura que sea un dibujo y que no sea nada, sí. Magritte, todo esto. Pero en el mundo de la ilustración son otras exigencias, otros tiempos, otro rigor, estar enfrente de la computadora, como se hace actualmente. Me absorbe demasiado y no me permite desarrollar mis cosas.

SR: Claro, se interponen con el tiempo práctico y el tiempo de estar pensando en otros proyectos. Pero lo puedes acoplar, ¿cierto?
AE: Y en tiempo de resolver, en ese sentido yo creo que este libro de ilustración lo estoy planteando, aunque lo gozo y me gusta, como el último libro que hago en cierto tiempo. Artículos y revistas tal vez sí porque es más fácil, pero un libro que implica tanto cuidado y trabajo, no. Me gustaría retomar mi vida como artista, porque el último año estuve metida en la Kurimanzutto de asistente del área de publicaciones. Aprendí mucho también, pero aunque era medio tiempo, no me daba la vida para hacer mis cosas, entonces he estado alejada de la relación conmigo misma en mi mundo. Lo último que hice fue mi libro y ya lo hice hace rato. De repente hago estos grabados, que es una fórmula que ya está muy estudiada, que sé que funciona, y tampoco quiero caer en esas cosas. Ahora pertenezco a una galería en Monterrey, Distrito 14, y me pidieron una exposición para marzo

SR: Felicidades, ¿qué nos cuentas sobre lo que estás haciendo en Viewmasters?
AE: Hay un documental sobre cómo llegó el monolito de Tláloc al Museo de Antropología, parece que fue un evento muy especial. Llovió, tuvieron que quitar árboles, cableado, era como una especie de locura. En medio del documental van a aparecer tres animaciones, que fue una puerta más que me abrió el mundo de la ilustración… lo disfruto mucho. La animación que me tocó hacer, junto con ellos, se llama Grandes esfuerzos, trata de cómo la humanidad se ha empecinado en llevar cosas gigantes de un lado a otro. Se hizo con una técnica que yo no había hecho, que todo es plano, con el multiplazo, transparencias, acetatos, todo es en layers

SR: En layers análogas…
EA: Exacto. Las pirámides figuran por ahí, el guión es divertidísimo, una “pachequez” absoluta. Sobre todo la experiencia de trabajar con la gente, conocer gente nueva y ver lo que les gusta a ellos, ver sus trabajos ha sido muy enriquecedor.














SR: Gracias Alejandra.


miércoles, 16 de noviembre de 2011

martes, 15 de noviembre de 2011

Vigilia bit

Las máquinas poéticas y el alma (II)

César Cortés Vega

(…) mear es hacer poesía
tan poesía como tañer el laúd
o cagar o poetizar o tirarse peos
Nicanor Parra[1]

I. Poética de la negación del Capitán Ludd
Hay quienes dicen que en realidad Ned Ludd cayó por accidente sobre varias máquinas textiles mientras laboraba en una fábrica de Leicestershire a finales del siglo XVIII. Puede imaginarse: luego de una jornada de catorce horas, cualquiera en condiciones de fatiga extrema podría figurarse que literalmente está peleando en contra de su propio sueño. Entonces caer dormido entre esos armatostes de madera y fierro, mientras se reparten moquetes, les haría pedazos de inmediato. De cualquier manera es probable también que, en medio de aquella confusión, Ludd entreviera en su acto de destrucción instantes luminosos, la revelación de una furia que cancela cualquier prurito moral a favor de una manifestación de pulsiones antes acumuladas.

       Hay también quienes dicen que Ludd no existió, que se trataba de un seudónimo colectivo para ocultar las identidades de los integrantes del movimiento Ludita. Es lo más probable. Al pie de los documentos firmados por ellos, un fantasma evocaba su nombre medio siglo después de su supuesta existencia. Como fuera, lo que sí está documentado son los acontecimientos ocurridos a principios del siglo XIX: trescientas cincuenta personas se presentaron con antorchas y mazos en una fábrica de hilados de Nottinghamshire para hacer lo mismo que su líder imaginario; destruir las máquinas.[2] A partir de ese momento, la ira proyectada frente a los telares que representaban el avance de la Revolución Industrial acunada en esa zona de Inglaterra, fue capaz de reunir a un ejército de más de diez mil personas que reprodujeron sus embates por un periodo de dos años. Su intención primordial era amenazar a los nacientes empresarios que crecían exponencialmente y se alejaban de las negociaciones de igual a igual; modo en el que los pequeños talleres intercambiaban privilegios antes del arribo de la tecnología industrial.

       La destrucción de las máquinas, si bien era un procedimiento ingenuo que pronto fue cambiando por otros modos de manifestación, demostraba la unidad de un ejército convencido de sus procedimientos radicales. Por eso un año después de la primera insurrección, se decretaría la pena de muerte a cualquiera que dañara de manera intencional algún aparato industrial. Si bien no podemos situar acá el comienzo del horror a la máquina, pues el mero hecho de la creación de un artefacto concebido para la administración y aumento de la energía colocó a los hombres frente a una redimensión de su fuerza desde la invención de la primera máquina simple[3], el momento en el que los sistemas de producción cambiaron las relaciones respecto a la adquisición de bienes para la vida, implicó un colapso que deshizo lo que se concebía acerca del trabajo y su aplicación en distintas esferas. Por ello los poetas románticos veían en los luditas una causa a defender. Lord Byron escribiría y leería un alegato en contra de la pronunciación del decreto de prohibición en la cámara de los Lores:

(…) Algunos seguramente han pensado que era vergonzoso
Cuando el hambre llama y la pobreza gime,
Que la vida se deba valorar en menos que una tejedora,
Y el romper de bastidores conduzca al romper de huesos.[4]



       A pesar de sus métodos ingenuos frente a un avance mucho más difícil de controlar –si se piensa en el desarrollo concertado con los poderes en turno– su proceder mostraba hasta qué punto la idea de humanidad vinculada al hacer productivo estaba cambiando. Los Luditas lo percibieron claramente y actuaron sobre una situación que, por supuesto, no comenzaba ni terminaba ahí. Sin embargo su mirada organizaba una estructura crítica que luego, mediante mejores estrategias, seguiría debatiendo el problema de la tecnociencia y sus implicaciones.

       Como en todo movimiento romántico, una de las prácticas que identificaba a los luditas como grupo era la composición de himnos de batalla:

Noche tras noche, cuando todo está quieto
Y la luna ya
ha cruzado la colina
Marchamos a hacer nuestra voluntad
¡Con hacha, pica y fusil!

       Muchos otros cantos reflejan una idea similar: el ejercicio de una voluntad vinculada con la destrucción de lo que ya no era propiedad del obrero, como en el caso de su herramienta de trabajo, sino que se transformaría en un sistema orgánico ajeno a él y que Marx nombraría a finales del mismo siglo como:

(…) un monstruo mecánico cuyo cuerpo llena toda la fábrica y cuya fuerza diabólica, que antes ocultaba la marcha rítmica, pausada y casi solemne de sus miembros gigantescos, se desborda ahora en el torbellino febril, loco, de sus innumerables órganos de trabajo.[5]

       La sensación colectiva frente una estructura que amenazaba un orden establecido de vida, hizo de la insatisfacción un movimiento vinculado al placer de reivindicación humana y violencia en contra de lo que sustituía la propia condición sintiente. Una fiesta de la negación en la defensa de un territorio perceptivo, en contra del Rey Vapor, el Salvaje Moloch[6] quien realizaba la privación frente a la posibilidad de subsistencia, pues cualquier emoción que no estuviera vinculada con el incremento de la ganancia no era necesitada. Por ello no puede escatimarse una especie de poética de la violencia que vindicaba ese excedente humano por medio de un odio al objeto de su destitución. Sin embargo, lo que es claro también es su idealismo: eran los dueños de las máquinas, y no ellas mismas, quienes suprimían la inclusión de los parias en el reino del placer.

       La negación de la máquina era un símbolo precoz. En la destrucción del objeto se ganaba la existencia propia sustituida por él. Y una idea así no podía sino llamar la atención de muchos románticos: no sólo de Byron, sino de Robert Southey, William Wordsworth, William Blake, Thomas Carlyle, Emily Bronte, Samuel Butler o Charles Dickens en el siglo XIX, y durante el siglo XX a autores del denominado Grupo de los Agrarios del Sur como Robert Penn Warren, Donald Davidson o Allan Tate. El tema incluso está retratado de manera contundente en novelas como Frankenstein de Mary B. Shelley o El Golem de  Gustav Meyrink. Esta última, si bien basada en un mito judío relacionado con la creación de un ser vivo a partir de materia inanimada en el siglo XVI, era muy bien acogido a principios del XIX en pleno apogeo del sistema industrial moderno. Muy poco tiempo después de su publicación, la obra de Meyrink fue adaptada para el cine por Paul Wegener. En ella un hombre de piedra animado por imágenes de la cábala que revoloteaban en la pantalla, era capaz de abrir los ojos, amenazar y gruñir frente a su creador. Incluso de mezclarse entre los niños y jugar con ellos.



II. Esquizoanálisis y su poética de la recuperación
Más cosas han ocurrido desde el tiempo en el que la mayoría de individuos en una nación debían pasar horas reproduciendo un único movimiento para alimentar el espíritu de las máquinas de multiplicación. Cualquiera que haya sido la posición de los consortes del sistema en las pirámides escalafonarias de la producción, se trataba de seres afectados por consecuencias sociales y económicas relacionadas con los métodos de distribución masiva en los entornos urbanos. Una cadena lineal que concluía en el objeto y su uso, determinaba la estructura geopolítica, psicológica y material de las relaciones. El terror seguía siendo una realidad entonces, pues era posible determinar el grado de conformidad con el cual ese Golem crecía a cada requerimiento nuevo. La producción localizada dominaba sobre todas las disciplinas; el alma, fuese como fuese concebida, tenía frente a sí a la maquinaria de deshumanización sobre la que descansaba el drama de la vida en sociedad. Las actitudes no distarían mucho del ánimo Ludita de antaño pues, se destruyera literalmente la máquina o no, era un hecho que la gran mayoría de ciudadanos no podían sustraerse de su influencia. Los sueños de liberación intentaban desasirse de la pesadilla; no sólo el remplazo de hombres por máquinas parecía una realidad, sino que toda la existencia era organizada alrededor de aquellas operaciones. Además, en el proceso de burocratización del sistema que resultó de todo eso, su influencia se expandía para invadir todos los campos. La noción de complejo maquínico que habría predicho Marx en El capital se especializaba y, poco a poco, se incorporaba en tanto su amplitud convertía el modo de vida en las ciudades a su imagen y semejanza.

       Hoy, por supuesto, eso sigue siendo realidad para muchas personas. Sin embargo, la atomización de las operaciones en las industrias dio paso a las subdivisiones en el llamado fordismo, que implicaba una producción estratificada y localizable por etapas. Éste mutó hacia una forma en la que ya no era necesaria una operatividad lineal para que los procesos se llevaran a cabo: el postfordismo. Asoman entonces cadenas asincrónicas de producción en las que ya no es imprescindible mantener un complejo maquínico en un lugar específico. La tecnología crea máquinas flexibles que se programan y reprograman según los requerimientos de una empresa-red que se concibe de manera fragmentaria. El capital se internacionaliza y los afectos relacionados con él mutan velozmente hasta que comienza a ser difícil diferenciar con claridad lo local de lo global.

       De este modo se conforma paulatinamente un trabajo diferenciado e inmaterial que no depende de la aplicación de una fuerza física sobre un objeto, sino de una serie de conocimientos que potencian y redirigen los procesos. El filósofo Gerald Raunig[7] apunta que el mismo Marx había concebido el tema en el conocido Fragmento sobre las máquinas de los Grundrisse[8] en el que, a diferencia de las conclusiones enunciadas en El capital sobre la máquina, concibe la idea de General Intellect; un conocimiento implícito en el cual aquella es algo más que una suma objetiva de procesos meramente mecánicos, sino las relaciones sociales que producen saberes humanos resumidos en sus operaciones, introyectados en ellas. Raunig agrega que (…) “la concatenación entre saber y tecnología no se agota en el capital fijo sino que se remite, más allá de la máquina y el saber objetivado en ella, a la cooperación social y a la comunicación.”

       A partir de la idea de General Intellect, Gilles Deleuze y Félix Guattari desarrollan en el Anti Edipo[9] la crítica a la tradición decimonónica que argumenta la sustitución del hombre por la máquina, a la vez que también increpan la apología celebratoria del avance tecnológico. En el proceso de adaptación social a las nuevas condiciones de la modernidad, se realiza una amalgama comunicativa entre el hombre y la máquina desde una interrelación recíproca que desquicia las evoluciones predeterminadas. De igual manera, la máquina puede formar una pieza con cualquier otra cosa, sea animal, sensación, signo, etc. como un intercambio de sentidos en el que los territorios se mezclan y generan significados no lineales. Las sensaciones no son entonces del todo autónomas, o en todo caso, generan una extraña emancipación que depende de la desindividualización que reacondiciona una amalgama como objeto nuevo, lo que redundaría en el intercambio y la apertura permanente que hace de la comunicación una identificación híbrida. El concepto máquina es desbordado entonces: en el flujo se realizan los agenciamientos que superan a las estructuras determinantes.

       Es por ello que el término esquizoanálisis definido en el Anti Edipo, puede muy bien ser entendido como un procedimiento maquínico que niega la definición mediante la apropiación de la enfermedad. Si se reorganiza lo que el psicoanálisis plantea desde un binarismo que diferencia el delirio de la conciencia, y se trastoca en flujos asignificantes, se cambian sus condiciones de posibilidad al perturbar sus campos específicos. Lo que una cosa es, resulta incierto para el esquizoanálisis. Su revisión parcializa la idea por la vía de la excentricidad (fuera de centro), al convertirla en centro provisional de lo que no es. Así se desestructura una operación definitiva y definitoria que reduce los significados a notaciones establecidas. Hay pues en ese proceder, más que una apropiación, una recuperación que devuelve la idea a una producción deseante y multipolar.

       Así, el planteamiento de un juego de emancipación de la máquina introyectada en el cuerpo del poeta, su laureamiento y celebración. La creación de una máquina esquizoide. A la vez una destitución de la genialidad gazmoña y falsa de la figura humanizada hasta la saciedad del poeta. O la mezcla indiferenciada de poetas y jaulas, poetas y gallinas, poetas y laptops, poetas-cosmos, poetas-tanque, poetas-galleta…

III. De la mezcla entre poetas esclavos y máquinas soberanas
Persiste esta idea de trascendencia poética, una justificación binaria que divide y clasifica, que territorializa las tendencias, las épocas, los espacios. Autocomplacencia romántica que sustrae las iluminaciones propias de toda individuación al terreno de lo hiper-determinado, convirtiéndolas en bienes para la personalidad y la petulancia. No se trata sino de inercia, una entrega incauta a las mismas condiciones que pretende negar, pero que en todo caso le atan a los requerimientos de una producción, si bien hoy fantasmalizada en su desubicación, con un fin para el mercado. Una poesía determinada por su trascendencia es una poesía de la coacción, pero sobre todo, del servilismo.   

       Peter Pál Pelbart dice en Filosofía de la deserción[10] que soberanía es (…) “lo que no sirve para nada, lo que no es reductible a un fin por una lógica productiva (…) el soberano es el opuesto al esclavo, lo opuesto a lo servil, a lo sometido, sea a la necesidad, al trabajo, a la producción, a la acumulación, a los límites o a la propia muerte”. Agrega también que es aquel cuyo presente no está subordinado al futuro y donde el instante brilla con total autonomía. Por eso no está de más recordar los relámpagos de placer soberano que los Luditas podrían haber experimentado al destruir los telares que les esclavizaban. Si el procedimiento es revisado desde las condiciones de aquel momento, es fácil entender por qué no pudieron continuar con su proyecto. Sin embargo su elección les sustraía del encajonamiento, les colocaba en un espacio de anomia en el que su identidad se desdibujaba e invitaba a otros a sumarse a la construcción de una comunidad efímera. El romanticismo como movimiento de avanzada haría bien en tomar partido a su favor, en un periodo en el que las nacientes industrias ponían en tela de juicio la posibilidad de la manumisión de los individuos.

       Hoy, en condiciones de capitalismo cognitivo en el que nuestro cuerpo está ligado a una maquinización que produce ecuaciones en las cuales ya no es posible definir qué está separado de qué, cuáles son las afecciones legítimas y cómo operan en un espacio de plurisignificación, la operación puede antojarse distinta. En la máquina interiorizada, no opera la negación absoluta de sí misma sino en una suerte de sacrificio que implicaría la ubicación de sus excedentes para su desajuste. Es en esta búsqueda de elementos comunes erradicados de la máquina social donde se funda una comunidad. No la expropiación de lo Común en una sociedad del espectáculo que implica la operación global del nuevo Estado y de sus réplicas, como la nombra el mismo Pál Pelbart, sino un cuerpo sin órganos[11], una “singularidad que no reivindique una identidad, que no haga valer un lazo social, que constituya una multiplicidad inconstante”[12]. Entonces procede la disolución de la máquina, una seducción e intercambio de sentidos que le reste al poeta esclavo la potestad instituyente y coloque a la máquina en una situación abierta, redimida de su condición espejeante del poder.

       Esta máquina poeta podría sorprendernos: mucho más íntegra que el elogiado narcisista recibiendo aplausos de familiares y amigos en el recital, frente a una plaquette de algoritmos, versos ininteligibles, sin esperar ni alabanza, ni reconocimiento que cure su Ego lacerado, ni adscripción, ni nada.



[1] Parra, Nicanor. A Propósito de la Escopeta, en Hojas de parra. Ganímedes. Santiago, 1985.
[2] Ferrer, Christian. Cabezas de tormenta. Ensayos sobre lo ingobernable. Utopía Libertaria. Argentina.
[3] No hay que olvidar que las primeras máquinas simples se emplearon justamente para la guerra, pues incrementaban las capacidades del poseedor.
[4] Gordon Byron, Lord G., Ode to the Framers or the Frame Bill, versos aparecidos el 2 de Marzo de 1812 en las páginas del Morning Chronicle de Londres. Tomado de Fuente López, Patricia de la. Los Luditas y la tecnología: lecciones del pasado para las sociedades del presente. (Comunicación presentada en las “IX Jornadas sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad: La perspectiva Filosófica” celebradas en Ferrol los días 11 y 12 de Marzo de 2004). Consultado el 12 de noviembre 2011 en http://aafi.filosofia.net/publicaciones/el_buho/elbuho2/buho2/luditas.htm#_ftn15
[5] Marx, Karl. El capital. Tomo I. El proceso de producción del capital. Sección4; La Producción del Plusvalor Relativo Capítulo XIII; Maquinaria y Gran Industria. Siglo XXI editores. México, 2000.
[6] Op. cit. Ferrer, Christian…
[7] Raunig, Gerald. Algunos fragmentos sobre las máquinas, en Brumaria 7: arte, máquinas, trabajo inmaterial, diciembre de 2006, y en transversal: máquinas y subjetivación, <http://transform.eipcp.net/transversal/1106/raunig/es>.
[8] Marz, Karl.  Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política. 2 Volúmenes.  Siglo XXI editores.  México. 1971.
[9] Deleuze, Gilles y Guattari, Felix. Anti-edipo. Capitalismo y esquizofrenia.  Seix Barral. Madrid, 1998.
[10] Pelbart, Peter Pál. Filosofía de la deserción. Nihilismo, locura y comunidad. Tinta Limón. Buenos Aires, 2009.
[11] Como lo nombran Deleuze y Guattari.
[12] Op. cit. Pelbert, Peter Pál…